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LA IGNOMINIA DE QUIENES INTENTARON ACABAR CON EL R. OVIEDO

            En julio de 2002 se había temido por la continuidad del club cuando, tras perder en el tramo final de la competición las opciones de retornar a 1ª división, el descenso administrativo a 2ª "B" se había evitado en última instancia gracias a un préstamo avalado por el Principado de Asturias. Doce meses después la situación era mucho más dramática: deportivamente se había descendido a 2ª "B", las posibilidades de generar recursos con traspasos de jugadores para poder pagar las fichas eran casi inexistentes, con lo que un nuevo descenso a 3ª división era una guillotina que pendía sobre el cuello azul, y la ampliación de capital había sido un rotundo fracaso (no podía ser de otra manera desde el momento en que el Ayuntamiento había cercenado de cuajo cualquier intento de compra de acciones por parte de los empresarios, sometidos al régimen caciquil que les proporcionaba suculentos negocios).

            La temporada más lamentable de la historia azul hasta entonces (penúltimos en una liga de 2ª división con 22 equipos, en la que se arrastró miserablemente el nombre de la entidad) había comenzado con la necesidad de reducir un presupuesto exorbitado, con fichas de jugadores de 1ª división que eran imposibles de satisfacer, como se les anunció. Como sólo unos pocos tuvieron quien les quisiese acoger (vía traspaso o cesión, para no tener que hacer frente a sus suculentos contratos), a los que se quedaron se les comunicó desde el primer día que iba a ser poco menos que imposible cumplir con lo firmado años atrás y en condiciones muy diferentes—, salvo que la ampliación de capital en marcha tuviese buen fin.

            Las vacaciones concedidas a los integrantes de la plantilla (las oficiales, pues la mayoría habían estado en permanente estado de relajación durante toda la temporada) dejaron en el aire el pago de sus inmerecidos emolumentos. El presidente Manuel Lafuente se centró en el intento de obtener el dinero que el Fondo de Garantía Salarial (FOGASA) de la AFE aseguraba a sus afiliados en caso de impago, con la inocente creencia de que sería suficiente para que las denuncias fuesen retiradas. ¿Qué podría motivar que unos futbolistas que habían descendido al club deportivamente, se negasen a retirarlas cuando se les aseguraba la misma percepción que garantizaba la AFE? El tiempo demostraría que la única forma de evitar las consecuencias de sus denuncias era mediante el pago íntegro de las cantidades establecidas en los contratos.

            El alcalde Gabino de Lorenzo había prometido la ayuda del consistorio, proponiendo un plan de salvación para la entidad en plena campaña de elecciones municipales. Transcurridas éstas, todo quedaría en papel mojado y el alcalde apostaría fuertemente, por segundo año consecutivo, por darle la puntilla al Real Oviedo para sustituirlo por el Astur (que en agosto de 2003 bautizaría como Oviedo A.C.F., usurpando sus colores y sus símbolos).

 
alcalde y Lafuente
De Lorenzo y Lafuente
Losada y Oli
 
el alcalde saluda a Lafuente
firma del plan (en campaña electoral)
Losada y "Oli", cabecillas
 

            A la vuelta a los entrenamientos a finales del mes de julio, la convicción de Manuel Lafuente seguía siendo la de que si les aseguraba a los jugadores la percepción de las cantidades del FOGASA, éstos retirarían las denuncias y, por lo menos, se podría iniciar la reconstrucción de un club que estaba inmerso en un proceso de suspensión de pagos (una parte del plan de salvación auspiciado por el Ayuntamiento) desde la 2ª "B", con humildad y sin caer en los mismos errores.

            Con la parcela deportiva totalmente olvidada, como no podía ser de otra forma cuando lo que estaba en juego era salvar la categoría y casi la supervivencia—, con la retirada de las denuncias (lo que hicieron casi la totalidad de los futbolistas de los demás equipos españoles, pese a no percibir ni las cantidades adeudadas, ni garantías de cobro), apareció la solución: UN GRUPO DE EMPRESARIOS GARANTIZABAN LAS CANTIDADES DEL FOGASA en caso de que no se generasen con traspasos. Si a mediados del mes de septiembre no se les hubiesen satisfecho, las abonarían ellos.

            Otra vez justo antes de sonar la campana parecía surgir la forma de salvar los muebles. Mientras hubiese riesgo de descenso administrativo ningún equipo iba a pujar por ningún jugador. Retiradas las denuncias, la negociación era obligada, y pese a que los precios iban a ser bajos (la crisis económica del mundo del fútbol y la lamentable imagen dada por estos mercenarios no podían conducir a otra cosa) permitirían generar algún ingreso y lo que ya era un clamor para la afición, perder de vista a los causantes de la debacle deportiva. En muchos casos se les concedería la carta de libertad a cambio de la simple renuncia al cobro de las deudas. Para cualquier persona normal ésa era una solución válida: se les facilitaba la salida y en el supuesto de que ni se obtuviesen las cantidades mínimas del FOGASA, casi una veintena de empresarios las cubría con sus patrimonios personales.

            Se había alcanzado incluso el consentimiento por parte de los interventores judiciales que fiscalizaban todas las operaciones de la sociedad desde la declaración de la suspensión de pagos, pese a que como deuda preconcursal teóricamente debería estar afectada por la suspensión. Pero se demostraría que la catadura personal de estos individuos había alcanzado unos niveles de ruindad inimaginables.

            Tras una serie de dimes y diretes sin que los futbolistas tomasen la decisión de retirar las denuncias, se alcanzó la fecha límite del 31 de julio. Si a las 24:00 horas persistía una sola, el descenso a tercera se consumaba.

            Tenían sobre la mesa una garantía de cobro de las mismas cantidades que cobrarían de no retirarlas, y una afición que había llegado al extremo de implorarles por todos los medios un gesto al que moralmente estaban más que obligados. Pero moral era una palabra cuyo significado desconocían tanto ellos como sus representantes. El tándem capitaneado por «OLI» y su asesor y el de gran parte de los miembros de la plantilla, el abogado Ignacio Alvarez Buylla, iba a suponer un obstáculo infranqueable.

 
Lafuente
aficionados
I.A. Buylla
 
Lafuente negociando
aficionados expectantes en el hotel
Ignacio A. Buylla
 

            En una tarde-noche de puro esperpento se sucedieron las reuniones y las conversaciones telefónicas desde un centro de operaciones ubicado en un céntrico hotel de la ciudad, mientras los aficionados asistían incrédulos al espectáculo desde las puertas del hotel, en las cercanías o por cualquier medio a su alcance repitiéndose una y mil veces que todo aquello no podía ser real.

            Tras argumentar que no se fiaban de los avalistas y de las garantías que les ofrecían y exigir un aval bancario imposible de tramitar en el periodo de tiempo que quedaba, apareció a media tarde del 31 un talón de un millón de euros firmado por Celso González. Con dinero contante y sonante sobre la mesa, las negociaciones dieron un giro y se comenzó a debatir sobre cantidades. El presidente, con el visto bueno de los administradores, ofrecería derechos sobre ingresos futuros (TV, crédito de la LFP para equipos descendidos, publicidad, abonos…). Todo valía con tal de cubrir el 100% de la mágica cifra del fondo de garantía, en torno al millón y medio de euros. Pero como la voluntad para retirar las denuncias era inexistente, se puso en duda a última hora la validez del talón.

            En medio de un clima de gran tensión se llegó a la hora límite y las denuncias persistían. La noticia corrió como un reguero de pólvora: el Compostela (cuyos jugadores no habían cobrado en toda la temporada y no tenían ni una mínima promesa para hacerlo y, sin embargo, habían actuado como auténticos profesionales sobre el terreno de juego) y el Real Oviedo desciendían administrativamente. La mayoría de denunciantes del fútbol español se habían arreglado con sus clubes, pese a no haber ni cobrado ni recibido garantías. En la plantilla azul ni uno sólo de sus miembros había dado ese paso.

            Pasados unos minutos de la medianoche, una gestión de última hora hizo que renaciese la esperanza. Como se cuestionaba la validez de talón se consiguió una moratoria de 24 horas para aclarar su fiabilidad. El oviedismo que pudo irse a la cama lo hizo con el convencimiento de que si la entidad bancaria validaba a la mañana siguiente el cheque, la 2ª "B" se había salvado.

            En ese momento nadie era consciente, pero poco después se sabría que el complot estaba perfectamente urdido y no había ninguna intención de retirada de denuncias. Estaba decretado el descenso a tercera para rubricar la desaparición de la entidad.

            El talón se demostró válido pero daba igual. Se volvió a sacar a la palestra entonces el asunto de los empresarios dispuestos a avalar personalmente el pago efectivo de las mismas cantidades garantizadas por AFE. La certeza de que muchos jugadores ya tenían acuerdos con otros equipos, supeditados a que se presentasen con la carta de libertad bajo el brazo, tampoco iba a resultar un problema, ya que se les ofrecía la libertad sólo con la retirada de la denuncia. Iban surgiendo peticiones y se aceptaba todo con tal de salvar la situación. El problema era siempre el mismo: la falta de voluntad.

            Las escenas de la noche anterior se repitieron calcadas hasta que, aproximadamente una hora antes del cierre del plazo, los jugadores salieron del hotel y se dirigieron hacia un despacho de abogados. Por fin parecía que la pesadilla se terminaba. La reflexión obligada era la de si no iban a firmar y a ultimar la tramitación burocrática, ¿a qué otra cosa podían ir?

            El rizo se rizó aun más cuando tras entrar y salir del bufete en un visto y no visto, se confirma que no había acuerdo y se conocía la última de la peregrinas argumentaciones ofrecidas: NO SE FIRMABA LA RETIRADA DE LAS DENUNCIAS PORQUE EN EL DOCUMENTO FIGURABA REDACTADO QUE EL AVAL SERÍA MANCOMUNADO Y NO SOLIDARIO.

            La incredulidad de la afición se fue transformando en un sentimiento muy difícil de expresar, mientras los mercenarios parecían pavonearse en su último paseo público en la noche ovetense, disimulando con un falso pesar el orgullo que parecían desprender por haber llevado a buen fin el complot maquinado para llevar al Real Oviedo a 3ª división y con ello ponerlo al borde de la desaparición. La unanimidad fue total; ni uno solo retiró la denuncia, ni los que llevaban unos meses en el club, ni los que llevaban toda la vida tras haber entrado en categorías inferiores y pregonar a los cuatro vientos su oviedismo. Los futbolistas estaban en su derecho de exigir lo estipulado en los contratos, cosa que nunca hicieron; de haberlo exigido desde el principio, se hubiese asumido la imposibilidad de alcanzar esas cifras y con ello el descenso. Los oscuros intereses que cualquier espectador neutral de los acontecimientos buscaría tras ese proceder saldrían a la luz a los pocos días. Rufino Sarmiento, el garante del plan de salvación, intervendría por última vez achacando lo sucedido a la lamentable negociación llevada a cabo por Manuel Lafuente (que si bien había dejado mucho que desear, no había sido el motivo del caótico resultado final). La maquinaria para apropiarse de los bienes del que daban por difunto se pondría en marcha enseguida. Todo estaba preparado.

 
Oli
prensa
 
"Oli" arrogante tras consumar el descenso a 3ª división
al dia siguiente, la prensa recogía lo que parecía el fin
 

            Estos son los nombres de quienes pasarán a la historia como los personajes responsables del capítulo más bochornoso de la historia azul (muchos de ellos lo llevaron de la 1ª división a la 3ª en poco más de dos años y encima tuvieron la suprema desfachatez de presumir de oviedistas y fingir un profundo pesar):
Oliverio Jesús Alvarez González, Roberto Losada Rodríguez, Jonathan López López, Daniel Amieva Villa, Iñigo Idiákez Barkaiztegi, David Sánchez Cano, José Manuel Menéndez Erimia, Raúl García Lozano, Iban Pérez Pascual, Javier Gurrutxaga Rivero, Francisco Figueroa Alonso, Idrissa Keita, Eugenio Suárez Santos, Rubén Suárez del Río, Oscar Pérez Bobela, Pablo Díaz Vázquez, Jaime Fernández Jordán, Oliver Abad Chico, Pedro José Dorronsoro González, Yago Yao Alonso-Fueyo Sako, José Jorge Saavedra Muñoz y Koldo Sarasúa Gamazo.

 
Oli
Losada
Jonathan
Amieva
Idiákez
D. Cano
Manel
Raúl
I. Pérez
Gurrutxaga
Fran
Keita
Geni
Rubén S.
Óscar P.
Pablo D.
Jaime
Oliver
Dorronsoro
Yago
Saavedra
Sarasúa
 
los rostros de la ignominia
 
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